Me siento libre,
yo manejo mi barca,
ya no va a la deriva,
llevo el timón
y soy la capitana de mi propia tripulación.
Una miscelánea de pensamientos, emociones, sentimientos, sensaciones pululan por mi océano interior.
Carente de otros pasajeros externos que contradigan.
Nada me detiene.
No hay obstáculos, ni anclas que frenen mi avanzar, solo mi bote, el mar y yo, generando una atmósfera de calma, sosiego y más paz.
Borbotones de alegría burbujean para salir a flote, a cual más grande, limpia, brillante, encandiladora y resistente al paso del tiempo con los que adornar este cómodo silencio.
Los peces aletean al compás de las olas que mecen mi batel aplaudiendo mi trayectoria ¡por fin! segura, firme, sólida, coherente.
Las hermosas sirenas danzan a mi pasar regodeándose del venerable espectáculo que ante sus cristalinos ojos acontece.
Hasta los temidos tiburones, ya no feroces, se suman a la majestuosa coreografía, luciendo orgullosos sus afilados colmillos inferiores que ahora apuntan hacia abajo al enterrarlos como hachas de guerra para firmar el tratado de paz.
Solté amarras,
recogí mi ancla,
puse rumbo hacia mi genuino destino
y me embarqué.
Porque YO, manejo mi barca.
Y la tuya ¿Quién la maneja?
«No puedes nadar por nuevos horizontes hasta que tengas el coraje de perder de vista la orilla»
William Faulkner